María Luisa Díaz Guerra no ocultó su emoción ante la convocatoria de Zoe Robledo, director general del IMSS, para que médicos y enfermeras se sumaran a las filas del personal de salud que haría frente a la emergencia sanitaria.  

Ella aceptó sumarse al llamado y convertirse en una de las personas reclutadas a mediados de abril de este 2020 para incorporarse como auxiliar de enfermería en el área Covid del Centro Médico Nacional Siglo XXI. 

“Todo el proceso fue de mucha emoción, de nervios. Incluso publicó una foto en Instagram. Decía que si te ponías un calzón rojo, atraías amor; uno blanco, salud; amarillo, atraías dinero. Se había comprado un suéter verde como los de las enfermeras del IMSS; creía que gracias a eso había atraído el puesto”, recuerda Gloria, hermana de María Luisa.

La llegada de esa oportunidad laboral representó un logro para ella, que se había preparado en la Escuela Nacional de Enfermería y Obstetricia de la UNAM, de donde se graduó apenas en 2018.

Como muchos otros jóvenes universitarios, conoció muy rápidamente el desempleo. Llevaba casi medio año en esa condición. Cuando terminó su año de servicio social en el Hospital Materno Infantil de Magdalena Contreras, empezó a buscar trabajo. Acudió a farmacias, consultorios, clínicas cercanas a su casa, pero como era pasante de Enfermería y Obstetricia, le decían que era muy alto su grado de estudios; en pocas palabras, que estaba sobrecalificada para los puestos disponibles.

Así que cuando un familiar le compartió la convocatoria del IMSS, decidió enviar su solicitud. A los pocos días la llamaron e inició todos los trámites para su contratación. La asignaron al Centro Médico Nacional con un contrato 02, que es antes del 01, la base definitiva. Le iban a pagar poco, pero estaba muy contenta. 

Lo disfrutaba mucho, recuerda Gloria. “Nos contaba que era cansado porque no podían tomar agua o consumir alimentos durante su turno, debía bañarse varias veces al día. Muy pesado y muy cansado, pero ella feliz. La habíamos querido convencer de que estudiara para doctora, pero no quiso. Decía que los médicos eran fríos. Quería estar con la gente, tratarla, ayudarla. Quería servir a la gente”. María Luisa pensaba que 70 por ciento de la mejoría de un paciente enfermo se debe a los cuidados.

La felicidad que mostraba tenía que ver con su nuevo empleo, pero también con su vida amorosa. Había planeado casarse a finales de octubre de este año con Mauricio, su novio.

“No teníamos fecha pero sabíamos que iba a ser los últimos días del mes porque casi no llueve y las lunas son muy grandes”, dice Mauricio Torres, de 27 años y actualmente en confinamiento por ser portador del virus.

Planeaban hacer una boda muy sencilla, con temática de “reciclaje”. No habría muchos invitados: unos 100 en total. “Ella quería una ceremonia muy sencilla; pensaba comprar pizzas y que fuera en un jardín cercano a la casa de mis papás”, recuerda Gloria.  

Además de la boda, entre los pendientes de María Luisa estaba el tatuaje en forma de tres corazones que se harían las hermanas: ella, Gloria y Xóchitl, quien también es enfermera. Su titulación también quedó en pausa por la pandemia. “Y así una y mil cosas. Una vida por delante”, lamenta Gloria.

María Luisa, la menor de las tres, tenía una variedad de gustos: tejer a gancho, quedarse en casa y ver los Simpson, series y películas; comer papas, hamburguesas, tacos al pastor. Cocinaba platillos asiáticos, por los que sentía especial inclinación: rollos primavera, pollo agridulce, pollo a la naranja.

Además de leer, cuenta Gloria, su hermana escuchaba todo tipo de música: reguetón viejo, electrónica, bachata, salsa y cumbia a todo volumen. 

Y la describe como una chica que a sus 29 años “era muy alegre, siempre se estaba riendo. Siempre soltaba carcajadas estruendosas”. No obstante, también tenía un carácter difícil. “Muy mandona. Tenía don de mandar, de dirigir, de ser líder. Le gustaba organizarnos. Era muy buena administradora. Se encargaba de decorar la casa en todas las épocas del año, para la ofrenda de muertos, Navidad, 15 de septiembre”. 

Bien a bien, María Luisa no supo cómo se contagió. Sabía que había ocurrido en el hospital, pero no de qué forma, si tuvo un descuido o qué fue lo que pasó. 

El lunes 24 de agosto comentó al personal médico que se sentía mal y la enviaron al triage respiratorio. Le midieron la temperatura: 37.5-37.6, con baja saturación de oxígeno. Había sospechas de Covid-19, le hicieron la prueba y la mandaron a confinarse a casa. 

Se recluyó en la recámara de la casa que compartía con sus padres, su novio y un sobrino. Cuatro días después le dieron el resultado de la prueba: positivo. Tuvo un ataque de ansiedad y rabia.

Escribió en Facebook que no entendía qué había hecho mal, en qué momento se había descuidado; dijo que estaba muy enojada porque había mucha gente inconsciente y que tenía muchas ganas de salir a la calle a echarles agua con cloro y gritarles que ellos eran los que los estaban matando.

El fin de semana aumentó su temperatura y empezó a presentar problemas para respirar. Su familia salió de madrugada a conseguir oxígeno, ante lo cual el jefe de enfermeras le recomendó presentarse al hospital, donde le informaron que su pulmón izquierdo presentaba daño considerable y era necesario internarla. 

Cada 24 horas le daban un reporte telefónico a la familia. “Primero, nos decían que iba evolucionando bien, luego le pusieron un CPAP (dispositivo médico) para ayudarla a respirar y ver si subía su saturación de oxígeno. Permaneció varios días sin poder hablar. Después, nos pidieron que buscáramos un medicamento para bajar la temperatura porque el que ellos tenían no estaba sirviendo”. 

Consiguieron el medicamento y la fiebre cedió. Los reportes médicos señalaban que iba muy bien, que estaba respondiendo y querían retirarle el CPAP para dejarle solamente la mascarilla de oxígeno. Lo intentaron, funcionó, pero un día después la salud de María Luisa empeoró. 

Todavía tenía fuerzas para intercambiar mensajes en un chat familiar, al que su hermana Gloria permitió acceder. Escribió María Luisa:

-Oigan….. Vinieron a decirme los médicos que sí es necesaria la intubación porque acaba de bajar mi saturación a 81 y no sube -les comentó en la conversación-. Y dicen     que es mejor ahorita antes de que pase más tiempo porque el CPAP ya no me está ayudando.

Y les confió: “Y ya me empiezo a sentir cansada, la verdad. No les voy a mentir. Voy a estar sedada. No me va a doler nada. El reporte se lo pueden pedir a la jefa Sofi”.

Sus familiares respondieron con diferentes mensajes para expresarle su amor y darle ánimos:

  • “Hermanita, no tengas miedo, ok? Te amo mucho. Nos escribimos en unos días”.
  • “Te amo con todo mi corazón. Échale muchas ganas y mentalízate que vas a mejorar y a salir”.
  • “Lo sabemos. Si lo dicen los médicos está bien y sabemos que eres muy fuerte. Nuestros corazones van a estar contigo y serán fuertes siempre que lo necesites. TE AMAMOS MUCHO!!!”.  
  • ”Aquí te esperamos. Tienes que estar con nosotros. Te amo, te amo mucho”.

Mary, como le decían de cariño, les respondió: “No tendré miedo. Estoy agarrada de la mano de Dios, que nos permitirá volver a vernos. Los amo. Listo, les escribo en unos días”.

Su padre, don Luis Díaz, le recordó: “Te amo con todo mi corazón hija. Todo va a salir bien con la ayuda de Dios”.   

Ya no escribió más. Una de sus compañeras le informó a la familia que iban a preparar todo para entubarla, pero sólo la sedaron para ver si se relajaba y subía su saturación. 

Antes de eso, logró ver a su familia en una video llamada. La evolución no fue nada alentadora. 

Después de 14 días de permanecer hospitalizada, María falleció el lunes 14 de septiembre a las 10:34 de la mañana.

Gloria, la hermana, aún con el duelo, dice que en el hospital la consideran una heroína por haber dejado su vida por quienes ni siquiera conocía. “Para nosotros, su familia, no va a dejar de ser nuestra niña chiquita y nada, ningún título, ni ningún nombramiento, ningún reconocimiento, nos la va a regresar”.