Alfonso poseía una habilidad extraordinaria con las manos. Era capaz de reparar cualquier aparato mecánico o eléctrico; conectaba cables, estéreos de autos, bocinas, luces. La curiosidad era el principio que lo llevaba a explorar los objetos para arreglarlos. Se convirtió en alguien tan bueno para esas tareas que incluso sus amigos recurrían a él.  

Desde pequeño, le gustaba examinar los mecanismo que hacían funcionar a los objetos. Esa precoz habilidad la pulió en el taller de electrónica de la secundaria. De ahí en adelante, lo hizo por su cuenta. 

“Siempre que teníamos problemas con los autos, mi hermano los arreglaba”, recuerda Gabriela Velázquez, su hermana. 

Alfonso era el mayor de sus tres hermanos. Nació en la Ciudad de México en 1972, cuando sus padres Gloria Flores y Alfonso Velázquez tenía año y medio de casados.

Alfonso Velázquez Flores (arriba al centro) con sus padres y hermanas

Gabriela lo describe como un niño de apariencia seria, pero de corazón alegre: “En la familia somos poco expresivos. No nos apapachamos ni abrazamos. Pero a mi hermano le encantaba hacer fiesta de todo y cuando estabas con él te divertías de lo lindo”.

Siempre solidario, le gustaba ayudar a la gente. “Era una persona sencilla, cordial, tranquila. Le pedías un favor y te lo hacía de buen modo y sin esperar nada a cambio”, comenta su primo Juan Martín Flores.

Además de escudriñar cuanto aparato se le pusiera enfrente, su pasatiempo favorito de su niñez era reunirse con sus primos en una modesta casa de Cuernavaca ubicada en un terreno silvestre donde jugaban a ser biólogos coleccionistas. 

Con una red de mariposas atrapaban escarabajos, arañas, lagartijas, catarinas y cuanto bicho encontraran. “Los colocábamos en frascos y examinábamos su fisonomía y movimientos. Cuando terminábamos de jugar, liberábamos a todos”, explica Juan Martín.

En su juventud Alfonso se entusiasmó con la música disco. Compraba discos y hacía mezclas de los grupos de moda en casetes. Su buen oído lo llevó a que durante algún tiempo se dedicara a organizar fiestas de luz y sonido. 

La vida lo llevó a seguir los pasos de sus padres, un matrimonio de químicos bacteriólogos parasitólogos egresados del IPN que laboraban en el IMSS, institución a la que Alfonso ingresó como auxiliar en el laboratorio del Centro Médico Nacional Siglo XXI.

“Le gustaba mucho su trabajo, hacía análisis. Así como en la niñez analizábamos a los insectos en la casa de Cuernavaca, ahora lo hacía con las células sanguíneas en el microscopio del laboratorio”, expresa Juan Martín.

Pronto descubrió que su habilidad para reparar objetos también le servía en su trabajo. Su tacto era tan sensible que, con sólo tocar el brazo de un paciente, localizaba la vena adecuada para pincharla y extraer una muestra de sangre. En todas las áreas médicas del Centro Médico Nacional era conocido por su destreza de hallar hasta las venas más difíciles de los pacientes.

“Si los médicos de Pediatría, por ejemplo, necesitaban con urgencia obtener muestras de sangre de bebés recién nacidos, mandaban por Alfonso por la delicadeza que tenía para detectar las venas”, comenta Gabriela.

Era bueno en lo que hacía y la cercanía profesional con sus padres reforzaba sus conocimientos. “Se llevaba muy bien con mis padres. Los tres hablaban el mismo lenguaje, que se atoraban las máquinas para los análisis, que los reactivos químicos, que los compuestos sanguíneos. Su universo en el laboratorio”, precisa su hermana

Alfonso se casó y poco después nació Tonatiuh, su primer hijo. Se hizo más responsable y la puntualidad se convirtió en una de sus características. “Prefiero llegar media hora antes que andar a las carreras. Hay que tomarse el tiempo necesario para hacer las cosas con calma”, solía decir.

Alfonso decidió reforzar su preparación y se inscribió en el propio IMSS en un curso de técnico laboratorista. “El día de su graduación irradiaba felicidad”, recuerda su hermana. Era marzo de 2014 y el título recibido también fue un presente para su padre, quien cumplió años ese mismo mes.

Alfonso Velázquez Flores (primero a la izquierda) durante la ceremonia de graduación como laboratorista en 2014

Su estatus laboral mejoró, aunque en el plano personal las cosas no funcionaron y se divorció. Con el paso de los años, entabló una nueva relación y producto de ella nació Victoria, que ahora tiene ocho años y cuya energía lo reanimó.

Sin embargo, Alfonso cayó en cama por una afección renal. Logró reponerse de la enfermedad, aunque le detectaron diabetes, hipertensión, obesidad y una hernia umbilical.

Dado que los salarios en el IMSS son más bien bajos, Alfonso doblaba turnos para obtener un poco de más ingresos. Llegó a ocurrir que durante tres días seguidos no saliera del hospital porque, después de cumplir con su jornada, cubría el tiempo de compañeros que le pedían que los supliera. 

Aunque el discurso de las nuevas autoridades ha sido que una de las prioridades es reforzar la infraestructura de las instituciones de salud, a él no le parecía que fuera así. “Los nuevos aparatos que nos dieron para trabajar son una porquería. No son automáticos. Retrocedimos 15 años en tecnología”, decía con molestia. 

Alfonso protestaba porque si antes lograban hacer, por ejemplo, 30 muestras en tres horas, con esos nuevos aparatos sólo sacaban 10 muestras en tres horas. “Eso provoca tensión debido a que retrasa todos los procesos”, comentaba el laboratorista.

Después de 26 años de trabajo y un poco debilitado por su enfermedad, empezaba a hacer planes para su jubilación. Aún le faltaban cuatro años, pero su idea era montar un negocio en el que se vendiera todo para los automóviles. 

Los primeros meses de este año Alfonso mantuvo contacto con su familia sólo por teléfono. Había que cuidarse del virus que empezaba a saturar los hospitales de México. Inexplicablemente, y a pesar de que lo autorizaron a aislarse en casa por ser persona vulnerable, Alfonso, sin embargo, se mantuvo en el laboratorio.

“No atendía nada relacionado con Covid-19, aunque casi todo el laboratorio trabajaba en ello porque ahí es donde se hacen las pruebas”, indica Gabriela, quien fue la primera en saber que Alfonso se había contagiado.

El 12 de junio le aplicaron la prueba y siete días después el médico le comunica que salió positiva. 

Al practicarle exámenes, mostró una baja saturación de oxígeno y los médicos decidieron internarlo ante ello. Su condición se deterioró en los siguientes días: presentó fiebre alta y constante, tos severa y un intenso dolor corporal. Las dificultades para respirar se acentuaron, de modo que fue preciso intubarlo.  

Ya no hubo un feliz retorno: el 2 de julio falleció.


Como en toda muerte queda la sensación de que hicieron falta momentos por vivir, palabras por decir y acciones por demostrar…

De Gabriela, hermana de Alfonso