Ese 7 de mayo Arandú se encontraba en servicio en el hospital. Habló con sus superiores y solicitó permiso para participar en la atención de esa paciente en particular, que no era otra que Alma Delia Torres Domínguez, la popular asistente médica de la Clínica 69 del IMSS, en Coatzacoalcos, Veracruz.  

Con la anuencia de la jefa de piso, Arandú se colocó el traje especial que los enfermeros utilizan en casos de pacientes Covid-19 y se acercó a Alma Delia, su mamá, la abrazó y ella le pidió un favor especial: “Dile a mis padres y hermanos que no sufrí”. 

Arandú, quien había estudiado Enfermería y se había graduado varios años antes gracias a la inspiración de su madre, guardó silencio. Su mundo se caía en pedazos. Alma Delia lo notó y decidió animarlo: “Y tú, no te arrepientas de nada. No llores, todo pasa por algo”. 

Con el corazón estrujado, Arandú la preparó para que el médico a cargo le aplicara la anestesia y la intubara. La sonrisa de Alma Delia se apagó dos horas después.

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Decir que se apagó su sonrisa es decir mucho porque si algo caracterizaba a esta veracruzana era su sonrisa a prueba de todo. 

Alma Delia acostumbró a saltar los obstáculos de su vida acompañada de una sonrisa. Amable y generosa, como la describe su gente querida, no se quebraba ante cualquier cosa. “Carácter de roble”, dicen que tenía, que nunca opacó su alegría.   

Nació el 31 de octubre de 1973 en Coatzacoalcos, Veracruz, la mayor de cuatro hermanos, dos mujeres y dos hombres. 

Su vínculo con el personal médico y el mundo de las batas blancas surgió en el seno familiar. Su padre, Miguel Ángel Torres, era jefe del Departamento de Cocina del Hospital del IMSS en Coatzacoalcos. Delia Domínguez, su madre, era enfermera de la Secretaría de Salud. 

Resultó natural que a los 18 años, una vez que concluyó bachillerato, Alma Delia ingresara a trabajar como asistente médico en el Hospital General de Zona 36 del IMSS. Su función era ser el primer contacto entre el paciente y el médico.

Su cuartel era la recepción del hospital. Recibía al paciente, le tomaba los signos vitales, temperatura, peso y talla, que apuntaba en un cuaderno donde llevaba la agenda de citas. Una vez que le pasaba los datos al médico, el paciente ingresaba a consulta. 

“Era muy sociable. Me alegraba compartir la jornada de trabajo con ella, me hacía reír. Almita era muy activa. Nunca esperaba que le dieran las cosas en las manos. Se movía, buscaba los expedientes y, eso, el derechohabiente se lo agradecía”, recuerda Rocío, su compañera de trabajo.

Su arreglo personal también la distinguía. Combinaba sus prendas de vestir con la bisutería, casi siempre aretes largos y collares o gargantillas de distintos estilos; maquillaje sin exceso y un sutil perfume que acentuaba su cuidado personal. Le gustaba verse bonita.

Se casó a los 23 años y pronto tuvo a Arandú, su hijo mayor; luego nacerían Jahir y Gael. “Era amorosa y de carácter fuerte, el que se necesita para trabajar y educar a sus hijos”, destaca Arandú. 

Alma Delia Torres Domínguez y su hijo Arandu

Cuando Gael tenía apenas un año y medio, Alma Delia se separó de su marido. Debía reacomodar su vida y asumir la mantención de sus tres hijos. No había tiempo para la tristeza. Se dedicó a trabajar de manera intensa.

Algunos viernes ingresaba a trabajar en la noche y salía hasta el lunes por la mañana porque cubría la llamada “jornada acumulada”. Llegaba a casa, descansaba, comía con sus hijos y a las siete de la noche regresaba a su turno normal. Entre guardias nocturnas y horas extra, logró sacarlos adelante. 

“Era muy hogareña. Cuando descansaba en domingo, le encantaba comer mariscos. Era como un ritual. Por lo menos dos veces al mes se daba ese gusto. Iba al mercado, compraba lo necesario y preparaba los mariscos”, recuerda Arandú.

El tiempo le deparaba una sorpresa a Alma Delia. Una noche, mientras forraba su cuaderno de citas médicas, Arandú regresó de jugar futbol y la sorprendió: “Mamá, la Universidad Veracruzana me aceptó. Tengo derecho a mi inscripción”. Su hijo estudiaría la licenciatura en Enfermería. 

Alma Delia lo abrazó y lloró de alegría. Le dio la noticia a su madre y sus hermanos. La felicidad era notoria. Sentía que algo había hecho bien como madre para que Arandú tuviera esa vocación.

“Estaba muy orgullosa de mí, yo sentí muy bonito”, comenta su hijo. Cuatro años después, organizó una reunión de la familia en pleno para festejar la graduación del enfermero general.

Hace un tiempo, Alma Delia pidió su traslado a un lugar más cercano a su domicilio. Así llegó a la Clínica 69 del IMSS. Cada vez se le hacían más pesadas las guardias nocturnas y prefería reducir el tiempo de traslado.

Los años laborando en el IMSS se fueron acumulando hasta sumar 28, así que comenzó a planear la nueva etapa de su vida. A finales de 2022 se jubilaría. Atesoraba un particular sueño: viajar a Israel, conocer Tierra Santa, lo que la emocionaba sobremanera porque era creyente.

“Cuando me jubile me dedicaré a viajar por muchos lugares; conviviré más con ustedes y pasaré más tiempo con mi mamá”, comentaba a sus hijos.

La aparición de la pandemia en el horizonte del planeta le preocupó. Comenzó a inquietarse cuando se tuvo información sobre el impacto que tenía en países como China y que inevitablemente el virus llegaría a México.

Aunque a partir de marzo reforzó sus cuidados, en algún momento se contagió. El 18 de abril presentó fiebre y ligeros dolores en el cuerpo. En la clínica la enviaron a casa para aislarse, pero no funcionó: dos semanas después una intensa e interminable tos le impedía respirar. 

Se hizo indispensable llevarla al hospital, en donde la internaron en el área de Enfermedades Respiratorias, pero el 6 de mayo la trasladaron a cuidados intensivos. 

Al siguiente sufrió asfixia. Arandú estaba en servicio en el mismo hospital y le pidió a su jefa que le permitiera asistir a su mamá durante la intubación. 

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La sonrisa de Alma Delia no se ha apagado del todo. Sobre una de las bardas de la avenida Juan Escutia, una de las más transitadas de Coatzacoalcos, se despliega un mural con su rostro, flanqueado por un par de alas. 

Alma sonríe a todo aquel que cruza enfrente de ella. Y aconseja lo que ella intentó hacer en vida: “Sean felices y vivan hoy como si fuera el último día”.