La idea de ser médica rondó su imaginación desde la infancia. Jugaba al consultorio con sus hermanos pequeños en casa; los recostaba en el sillón de la sala y ellos actuaban como pacientes. Desde entonces, veía en su futuro un uniforme blanco igual al que Eva, su madre, vestía para ir a trabajar a la guardería del Hospital Regional 3 del IMSS en Mazatlán.

Sus anhelos se irían cumpliendo con el paso de los años, si bien nunca estuvieron exentos de altibajos. Desde las más profundas satisfacciones hasta los tiempos más oscuros, como los días en que comenzaron a aparecer decenas de contagiados con el virus; con ellos llegaron la impotencia y el desaliento resumido en la frase que Guadalupe escribió a su amiga Miriam Ramírez: “Ya me siento cansada de tanta muerte”. 

Guadalupe Montes de Oca López nació en Mazatlán, Sinaloa, en 1987. Vivió toda su infancia en la Unidad Habitacional Infonavit Playas con su madre y sus dos hermanos menores Luis y Ana Victoria.

Apenas había concluido la secundaria y ya buscaba cómo ingresar al universo de la medicina. “Quiero llegar a la universidad con un conocimiento avanzado para que no me cueste trabajo convertirme en médica profesional”, le confiaba a su mamá.

Su prisa por concretar sus aspiraciones lo más rápido posible hizo que tomara un atajo: se inscribió en la carrera técnica de Auxiliar de Enfermería en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Sinaloa.

El entusiasmo por aprender se reflejaba en sus excelentes calificaciones. “No le importaba sacrificar los paseos por el malecón que hacíamos las amigas los fines de semana. Ella se entregaba a sus estudios con el ánimo de salvar vidas”, recuerda Miriam, su amiga cercana desde la infancia.

En pleno ascenso para lograrlo, el camino se ensombreció. Consiguió graduarse como auxiliar de enfermería, pero la satisfacción se eclipsó justamente por esos días. La salud de su madre comenzó a deteriorarse y ella se prodigó para acompañarla a sus terapias, para estar pendiente de que tomara sus medicamentos, para atenderla. La cuidó cada día hasta que el cáncer le ganó. 

En medio de la profunda tristeza y abatimiento, sintió una enorme responsabilidad sobre sus hombros. “De la noche a la mañana, me convertí en la mamá de mis hermanos, sin tener idea de cómo los guiaría”, le comentó a su amiga. Del padre, ni qué decir. Un día salió de casa y nunca regresó.

El sueño de ingresar a la universidad se esfumó. Un mes antes aún tenía la esperanza de que su madre se recuperaría. No fue así. Debía conseguir de inmediato un trabajo para mantener a sus hermanos. 

Ingresó como empleada suplente al Hospital del IMSS donde su madre trabajaba. Guadalupe tenía 18 años y un título de auxiliar de enfermería.

Las amigas de Eva le ayudaron a conseguir la base laboral y entonces la adscribieron a la Clínica del Campo del IMSS en el municipio de La Cruz de Elota, a 40 minutos de Mazatlán.

Guadalupe Montes de Oca López con sus compañetos de trabajo

En el campo se topó de frente con una realidad que desconocía. Poco sabía de la difícil vida de indígenas de Oaxaca y Chiapas que llegaban a trabajar como jornaleros a La Cruz de Elota.

Durante un año, de lunes a viernes, Guadalupe iba y regresaba del campo; día con día, desfilaban ante ella, la enfermera en que se había convertido, desnutridos cuerpos de indígenas que “soportaban largas e intensas jornadas de trabajo agrícola con salarios precarios y condiciones de vida que rayaban en la miseria”, comentaba con indignación.

Guadalupe era una joven alegre, aunque también con una salud con cierta fragilidad. Padecía el síndrome de Guillain-Barré, una enfermedad autoinmune en la que el sistema de defensa del cuerpo ataca a parte del sistema nervioso, lo que la debilitaba.

El síndrome la afectaba de muchos modos. En el más simple, le impedía entrar al mar. “Hago mucho esfuerzo cuando trato de evitar que una ola me revuelque y me sumerja en el agua salada”, por lo que prefería las albercas. En el más extremo, Guadalupe no podría tener hijos.

Así que buscaba no rendirse y sumergirse en actividades que la llenaban la vida. Por ejemplo, a principios de cada año se formaba en una larga fila que rodeaba el estadio de beisbol Teodoro Mariscal. Quería alcanzar boletos para los espectáculos del carnaval de Mazatlán.

Este 2020 no fue diferente. Guadalupe compró en enero las entradas para asistir al concierto de Carlos Rivera, su cantante favorito, famoso por prestar su voz al personaje de Simba en la película El Rey León. Rivera sería uno de los artistas que coronaría a la reina del carnaval. “Espero que la alegría me dure todo el año”, decía Guadalupe, animada, antes de regresar a su vida cotidiana. 

Después de trabajar en la Clínica del Campo, se le presentó la oportunidad de mejorar y cambiarse al Hospital Regional del IMSS en Mazatlán. Cubriría una vacante en el turno nocturno de urgencias. Eso implicaría dormir de día y trabajar de noche. 

Lo que no mejoraba eran sus ingresos. Su sueldo era insuficiente para mantener a su hermana y apoyar ocasionalmente a su hermano, quien trabajaba en los hoteles de la zona turística del puerto y tenía dos hijas. 

Los apremios económicos la llevaron a conseguir un empleo adicional, ahora en la Secretaría de Salud estatal, a cuyos equipos para prevenir el dengue se incorporó.

Las brigadas arrancaban en julio y concluían en septiembre. La intensa humedad veraniega del puerto provoca que cualquiera que camine por la calle más de 10 minutos se sofoque. “Con ese clima recorría, casa por casa, las colonias de Mazatlán para orientar a la gente sobre la importancia de limpiar patios, azoteas y hasta cambiar todos los días el agua de los floreros para impedir la reproducción de moscos”, cuenta Miriam.

En las brigadas conoció a Macrino, con quien después se casaría. Recorrieron juntos la sierra, alertando a las comunidades rurales. Confirmó que la marginación y la pobreza se extendían por el estado.

Guadalupe Montes de Oca López con su esposo Macrino

En esa época funcionarios de la Secretaría de Salud local desviaron recursos públicos destinados a la compra del polvo para prevenir el dengue que las brigadas repartían. 

Guadalupe estaba furiosa. El gobierno es un irresponsable, se quejaba, porque la gente quedó a merced de los moscos, el dengue se propagó y los centros de salud se saturaron de enfermos. Su enojo creció cuando los brigadistas se quedaron sin salarios por el desvío del dinero. 

“Siempre protestaba frente a las injusticias y defendía los derechos laborales de sus compañeros”, recuerda su amiga. 

Cuando la pandemia llegó a México, Guadalupe se inquietó al extremo. Hacía días que el Hospital del IMSS se encontraba colapsado. Siempre saturado de pacientes y con escasos insumos, dado que es el único centro público de salud en Mazatlán, ciudad con una población de más de medio millón de habitantes.

En abril de 2020, con el virus ya encima, las autoridades del hospital decidieron reconvertir uno de los pisos para atender a pacientes Covid-19: “Esto se va a poner muy feo”, confió Guadalupe a Miriam. Sabía de lo que hablaba: el personal médico ya llevaba por lo menos una década lidiando con deficiencias.

El nuevo coronavirus se propagó por Mazatlán, pero el equipo de protección tardó en llegar. Médicos y enfermeras se vieron obligados a comprar por su propia cuenta el equipo de seguridad. En mayo los contagios se habían esparcido sin control en el puerto. La muerte se convirtió en una línea estadística que no cedía.

Guadalupe había atestiguado en primera línea las devastadoras consecuencias del virus. El 1 de junio le mandó un mensaje por WhatsApp a Miriam: “Ya me siento muy cansada. Estoy cansada de tanta muerte”. 


Todos los días sueño que esto sea un terrible sueño, y que llegue una mañana en que despierte antes de tu partida…

De Miriam, amiga de Guadalupe


Dos semanas después, el cansancio de ver tanta muerte se le incrustó a Guadalupe en el cuerpo y los dolores extremos le taladraban la cabeza. Estaba contagiada. 

La enfermera que quiso ser médica intentó dar batalla desde casa, incluso hubo un momento en que parecía ganarle. Durante días, sintió un respiro, que la vida regresaba. No lo consiguió. 

El virus desató un ataque sin pausa al sistema respiratorio de Guadalupe. Tan fuerte que la tarde del 26 de junio falleció.

Guadalupe Montes de Oca López, homenaje de sus amigas