Por Elva Mendoza

La combinación avión y playa suena atractiva para casi todos. Algunos la disfrutan con frecuencia, otros no pueden costearla. María Bautista pertenecía al segundo grupo. 

María ya no podrá vivir ya la experiencia largamente anhelada de llegar al aeropuerto, documentar, abordar el avión y volar. Simplemente volar. 

No lo consiguió en sus 30 años de vida, pero eso no significa que, a cambio, no haya gozado con plenitud los viajes en automóvil o autobús para encontrarse con el mar.

Amante de los viajes espontáneos, no era extraño que de un momento a otro sacara de los cajones un cambio de ropa y convenciera a su familia de acompañarla a visitar un pueblito o lanzarse a la playa a pasear.

“Siempre decía, vamos a Acapulco, vámonos a Oaxaca”, cuenta Carlos Oswaldo Vázquez Turcio, primo de María. Ella costeaba los gastos y obtenía el permiso de la madre de Carlos. “Yo tengo 17 años, mi prima me doblaba la edad. Nos llevábamos muy bien, éramos como uña y mugre. Cuando se podía, me decía vámonos a tal lugar”.

Su primo no olvida el día en que viajaron a Acapulco. Nada más llegar al puerto, se fueron directamente a la playa. María, una enfermera que escapaba de su rutina cotidiana en el hospital, se metió al mar con la ropa que vestía. Carlos la secundó para disfrutar de la sensación de libertad. “Parecía estar celebrando”.

En febrero de este 2020, cuando la pandemia aún parecía un asunto muy lejano, viajaron a Acapulco por última vez. Antonia Turcio, madre de María, dice que no había ningún plan ni “ningún lugar en especial; el chiste era meternos al mar y ya”.

Un mes antes, en enero, habían pasado unos días en Oaxaca, Juquila y Huatulco y planeaban asistir, como cada año, a la fiesta de la Santa Cruz, en la comunidad de Santa María Yalina, Oaxaca, de donde es Lucina, la abuela paterna, pero la pandemia se los impidió. 

Las fiestas comienzan el 3 de mayo, pero para esa fecha María ya se sentía mal: diarrea, altas temperaturas, dolores musculares. 

Al día siguiente ingresó al Hospital Regional General Ignacio Zaragoza, del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), pero ahora como paciente, ya no como una enfermera con casi nueve años de antigüedad en el mismo.

Desde que cumplió con su servicio social, se quedó a trabajar. Era auxiliar de enfermería, adscrita al servicio de hemodiálisis. “Siempre fue muy dedicada a su trabajo. Era la que llegaba más temprano”, detalla Antonia.

Originaria de la Ciudad de México, María estudió en el Centro de Estudios Tecnológicos, Industriales y de Servicios 76 la carrera técnica en Enfermería. La 

La mayor de tres hermanos, desde hace cuatro años era también la madre de Evelin Fernanda, ahora al cuidado de Antonia.

Su embarazo la llenó de vida. “Enterarse de que iba a ser mamá fue lo más grandioso que le sucedió. Siempre lo presumía en sus redes sociales; siempre andaba pegada con su hija. Le cambió la vida”, cuenta Carlos.

Y aunque el año pasado tuvo la oportunidad de cumplir su sueño de viajar en avión porque iría a un congreso en Guadalajara, la declinó por su hija. “Le iba a festejar su cumpleaños a Fernanda. Tenía ganas de probar esa experiencia. Sólo había viajado en autobús y en carro. Tenía la ilusión de viajar en avión y ya no la cumplió”, lamenta su primo.

El poco tiempo libre de María se lo dedicaba a su hija. Continuamente doblaba turnos. “Aunque estaba cansada, señala Antonia, lo hacía por la economía”, para ganar unos pesos más.

María ya había tenido episodios que comprometían su salud. Tenía diabetes y en 2017 ingresó a terapia intensiva por una pancreatitis; hace un año, de hecho, le extirparon medio pulmón debido a una enfermedad que su madre no recuerda. 

Aun así, María no pidió permiso para ausentarse del hospital. “Pensó más en sus pacientes que en ella; pensó más en ellos que en su vida, en su hija, en nosotros”, lamenta su madre.

Una vez que ingresó contagiada por el virus, estuvo 10 días internada. El 14 de mayo su cuerpo se venció, cuatro meses antes del cumpleaños de su hija. 

Ya no tuvo oportunidad de hacer otra incursión en la playa, ya no podrá saltar, correr, reír, como esa ocasión en que con ropa, a las siete de la mañana y durante dos horas se dedicó simplemente a jugar con el mar. 


Sé que existe una vida después de esto, y ahí nos encontraremos

De Oswaldo, hermano de María