Los primeros meses fueron muy difíciles. Teníamos dolor, llegaron muchos medios de comunicación a preguntarnos sobre mi esposo; nos sentimos agobiados. Mario trabajaba en la Clínica 7 en Monclova. Ahí se dio el contagio masivo más grande del país. Todos querían saber.

Han pasado seis meses y puedo decir que apenas vamos sintiendo el consuelo que Dios envía, sobre todo cuando nos juntamos y lo recordamos entre mis hijas y yo, cuando platicamos de todas las ocasiones en que se iba con la menor a andar en bici. Hacían sus rutas de 40 kilómetros nada más para disfrutar el paisaje. 

Recordamos cuando a la mayor le detectaron un problema en el corazón a los tres años de edad. La noticia nos deshizo. Mario, que en ese momento era enfermero, se la pasó estudiando para saber cómo atenderla después de la cirugía. Estuvo con ella todo el tiempo en terapia intensiva. 

O bien, recuerdo cómo se emocionó en 2019 cuando nuestro equipo de toda la vida, Los Acereros de Monclova, se coronó campeón de softball de la liga. Estaba que no cabía de alegría porque siempre fue muy aficionado, lo jugaba desde niño y participaba en dos equipos. 

En fin, hubo muchas cosas que nos enseñó Mario. Fue una persona que inició desde abajo. Fue vacunador, enfermero, luego administrativo, fue jefe de oficina, jefe de finanzas y, finalmente, subdirector administrativo. Fue algo sorprendente. Ese es el legado que le dejó a mis hijas. Ellas tienen el ejemplo de que la perseverancia y el empeño permiten alcanzar metas. Nunca se rindió y eso nos mantiene firmes frente al vacío. 

Testimonio:

Ruth Irasema (esposa)

Reportero:

Juan Manuel Coronel