En el hospital reconocemos cuando alguna de nosotras tiene un talento especial para algún procedimiento en particular. Ese era el caso de Flor. Si había que canalizar a un bebé y veíamos que era difícil el acceso venoso, llamábamos a la mejor para evitar darle dos piquetes al niño. Por eso, necesitábamos mucho a Florecita, como le decía. Ella siempre se apuntaba para ayudar, sin importar que fuese en otro turno. 

Florecita era muy resolutiva. Decía que el orden de los factores no altera el producto y menos si se trataba de ayudar al paciente. Asistíamos a la misma iglesia porque vivíamos en el mismo rumbo. Ella era voluntaria en las vendimias y la recaudación de fondos. Un día le tocó preparar las tostadas y los antojitos veracruzanos en la iglesia. Le pagué unos tres y me fui a sentar. Cuando me entregó mi plato, me dio mucha risa; había invertido los ingredientes: la lechuga hasta abajo, luego la crema y al final el guisado. Nada que ver con la preparación tradicional. Flor decía, ahí también, que el orden de los factores no altera el producto. 

Fuimos compañeras en varias etapas de la vida laboral. Primero, cursamos juntas la licenciatura en Enfermería en el IMSS en su programa de universidad abierta y educación a distancia. Se destacó por ser buena alumna, comprometida con el estudio y el trabajo. Flor mostraba un enorme carisma, buen humor y carácter.

Tenía dos empleos. Era jefa de piso en el ISSSTE y también trabajaba en el IMSS. El tiempo para ella era oro molido. Siempre se lo daba a sus hijos. 

Conocí a sus dos hijos, bien educados y muy inteligentes. Quería que el menor me diera clases de inglés; a su corta edad, ya estaba certificado para dar clases. Su otro hijo estaba en la universidad. Siempre con buenas notas.

Lo que uno siembra, cosecha. Es el caso de Florecita. Les deja un legado de conocimiento, responsabilidad e integridad a sus hijos que muchos de sus compañeros admiramos y reconocemos.

Testimonio:

Mireya Tejeda (compañera)

Reportero:

Juan Manuel Coronel