Mi papá era una persona con una memoria fabulosa, recordaba cada árbol genealógico e historia de alguna casa o familia. Por lo tanto, era muy bueno en el dominó, el ajedrez y el billar. Contaba con una enorme habilidad para armar rompecabezas. Muchas horas de nuestra niñez se nos fueron jugando con él. 

Nos enseñó a amar el cine, nos hacía ver el Festival de Cannes y escuchábamos discos de Ennio Morricone. Siempre nos decía que debíamos ver las cintas de El Santo, de Capulina, de Tin Tan. Una de sus películas favoritas era La Misión porque trataba sobre la conquista y el proceso de cristianización. 

Nos educó con amor a los juegos de inteligencia y, por supuesto, al baile. Su mayor pasión, aparte de la medicina, era bailar. Mi papá y mi mamá eran expertos y nunca les faltaban invitaciones a fiestas. 

Desde pequeño tuvo una inteligencia privilegiada. Creció en Xalapa, su padre tenía una farmacia y rápidamente aprendió el arte de ser boticario, luego decidió ser doctor. 

Había muchas cosas sobre las que tenía conocimiento. Incluso, hay una estación de radio local llamada La Gran Zeta; transmite el programa Los Conquistadores del Desierto, a donde lo invitaban con frecuencia a platicar sobre pasajes de la historia. 

Mi papá se contagió en su consultorio atendiendo a pacientes. Como tenía una hernia lumbar muy dolorosa, me pidió que lo llevara a consulta a Hermosillo. De regreso, lo noté muy molesto, incómodo. Ya estaba presentando síntomas de la enfermedad.

Unos días después fue hospitalizado en el IMSS en Hermosillo. Fue el último día que lo vimos. Nos pudimos despedir. Mi mamá y yo le dijimos que lo iríamos a ver, pero no contábamos con que ya no podríamos entrar. Después, nos cayó el veinte de ya no lo íbamos a ver. Todo quedó en un hasta luego.

A los pocos días internaron a mi mamá, también en Hermosillo. Mi papá no sabía que ella también se había contagiado. Eran sólo siete pacientes en terapia intensiva y ellos eran los más graves. Él estaba en la cama uno y mamá en la tres. 

Le pedimos al personal del hospital que no le dijeran a mi papá que ella estaba hospitalizada también, pero él la escuchó y comenzó a gritar su nombre. No sabemos si entre ellos se hablaron, si se pudieron despedir. Ya no supimos nada hasta que murieron. Tenían toda la vida juntos y murieron juntos, en la misma sala de urgencias.  

Testimonio:

Suzel Ramos Soto (hija)

Reportero:

Juan Manuel Coronel