Nos conocimos en la preparatoria, luego fuimos juntos a la universidad. Ahí nos hicimos novios; duramos siete años y luego ocho de casados. Desde que lo conocí fue una persona tranquila, muy de su casa, noble, sin malicia. Como esposo, fue muy entregado a su familia y a sus hijos. Sus compañeros de trabajo le tenían mucho aprecio; estaba en un área donde tenía contacto con el personal.

Le encantaba viajar. A veces me decía “deja encargados a los niños”, y nos íbamos de fin de semana a la playa. De hecho, tenía muchas ganas de que fuéramos en familia a Cancún, lo íbamos a hacer en diciembre o enero, pero ya no se pudo.

Cuando llegó la pandemia, él tenía más miedo que yo me contagiara porque trabajo en admisión de urgencias. Me compró mi careta, cubrebocas, me decía “cuídate, por favor; ponte esto”.  

Un sábado empezó con una tos como si se estuviera atragantando. Lo revisó primero un doctor que le dijo que no tenía nada. No le querían hacer la prueba, se la practicaron hasta el martes, cuando ya tenía fiebre. Un par de días después lo tuve que hospitalizar en el ISSSTE porque ya estaba muy mal.

Él tenía la esperanza de que resistieran sus pulmones. De hecho, la última vez que hablé con él fue gracias a un amigo que trabajaba ahí y nos prestó su teléfono. Me comentó que ya se sentía mejor, que ya no le dolía nada, pero yo sabía que había un 50–50 de probabilidades de que la librara. Como trabajo en área Covid 19, lo sabía. Murió una noche de martes.

En su área no tenían buenos protocolos, sobre todo para él, que hacía los trámites de incapacidad por Covid 19. Apenas les daban cubrebocas, de los azules. Los desprotegieron.

Testimonio:

Carolina Martínez (esposa)

Reportero:

Gustavo Ambrosio Bonilla